"Pequeños grandes momentos"
Tengo la sensación de que podría escribir un libro de un periodo de zazen y una novela de esta sesshin, pero tranquilos, sólo daré unos pequeños brochazos al azar en primera persona esperando que mi experiencia no diste demasiado de la del grupo.
José Luis y el que les habla nos dirigimos en barco hacia Tenerife. Durante el viaje entrelazamos nerviosos nuestras palabras, tejiendo juntos una bonita amistad. A la puerta del Dojo de Santa Cruz fueron llegando pequeñas perlas rodando desde sus distintos hogares; disfrutamos unos minutos de besos y abrazos, el placer de la diversidad.
En marcha. Llegar al Ashram Arautápala situado en lo más alto del Valle de la Orotava quemó embragues. El penúltimo coche quedó atascado entre unas hierbas por lo que todos los que estábamos cerca nos pusimos detrás y empujamos con fuerza, el coche salió disparado pa`rriba. ¿Alguien dudaba de que no llegaríamos todos?
Círculo de corazones. Soltamos amarras, encendimos la mecha, prendió la hoguera.
Suena la campana, es hora de despertar. Estiro un poco, no he dormido bien. Un perro negro me vigilaba a través de la ventana del cuarto. Estiro un poco más. El dojo está a unos metros de los dormitorios. El césped rodea todas las instalaciones, me agrada pisarlo, está blandito y huele bien. Sentado en zazen comenzamos juntos un viaje sin retorno. Para esto hemos venido. Contamos respiraciones. El barco que parecía estar todavía atado en el muelle por los nervios, zarpa, no hay vuelta atrás.
Desayuno en cuencos (ōryōki) Mi rostro se refleja distorsionado en los cuencos mientras las cariñosas indicaciones de la instructora Rosa María ayudan a no crisparme ante tanto formalismo y poder así disfrutar de la comida. ¡Cuánto nos distancian las palabras y cuánto nos acercan los silencios!
Jornada sin descanso, samu, una ducha rápida y al dojo. Si todavía algunos pensábamos que no íbamos a remar… Comenzamos a darnos cuenta de que nos hemos equivocado. Esto no es un viaje de "vacaciones en el mar". Comemos y al catre. Umm… Me gusta la siesta, duermo estupendamente, estiramos un poquito con Víctor y de nuevo al dojo. Sentado en zazen, apenas durante unos segundos, en el cantar de los pájaros, silencio, en el rugido de una moto, silencio, en el ruido de mi mente, silencio. Sólo fue un sueño.
Teishô al atardecer. El maestro se ve reflejado por una luz insultante, la belleza del lugar se me hace casi insoportable. Detrás nuestro El Teide nevado, delante un pequeño bosque de castaños ya sin hojas (alguna queda color ocre esperando que el viento de la noche la lleve a un nuevo destino) Detrás de éstos, pinos verdes colgados de lugares imposibles. Las palabras del maestro no desentonan con el lugar. De repente, una pregunta cual reproche impertinente me saca del ensimismamiento. Umm… pelea, tonto de mí. Denkô sensei nos da una clase de paciencia: no hay nadie detrás, ni delante. No podemos insultar a un hermoso árbol y esperar que nos responda salvo con su belleza.
Cenamos. Mis ojos se entretienen, no pueden fijarse en los cuencos. Unos grados más arriba, un mar de luces como hogueras recorren el valle hasta el mar.
Suena de nuevo la campana, de nuevo al tajo. El zazen de la mañana fue para mí como ir de romería, un disparate.
Encuentro con el maestro, una mirada amable, una sonrisa sincera. Me tambaleo. Me voy a la puerta del dojo. Un niño pequeño y tembloroso se sienta en una silla color marrón. Una tímida lágrima cae por su mejilla. Una vez más intenta despegarse de los cálidos brazos de su madre ya muerta hace cinco años.
Circulo de corazones final. El viaje ha hecho zozobrar a más de un barco. Compartimos dolores y soledades. Todo está bien si navegamos juntos, no podemos dejar a nadie atrás, la fe nos impulsará de nuevo a vernos en otra sesshin. El maestro brilla, la Sangha se ilumina. Amigos en el Dharma.
(Nemesio)
martes, 1 de abril de 2008
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